Todos añoramos la época en que nuestros hijos nos obedecían como soldaditos… a regañadientes, pero obedecían. Nuestros hijos eran como masilla en nuestras manos, nos llenaban de muestras de cariño y hasta nos necesitaban. Incluso nos admiraban: éramos sus súper héroes.
Y es que como padres hemos sobrevivido a las diferentes etapas de nuestros hijos, aquellas noches sin dormir por culpa de los dientes, de nuestra preocupación porque no comían, de sus pataletas (que tanto nos avergonzaban), de sus ataques de celos, de las peleas por un juguete, de las idas a cuartos de urgencias, tener que dejarlos en el prescolar mientras lloraban, esas batallas cuando no querían levantarse para ir a la escuela o de lo tanto que le costó aprender a leer… Por lo tanto, debemos preguntarnos, ¿por qué la palabra «adolescencia» nos provoca tanta ansiedad? Si todos los adultos hemos pasado por la adolescencia, ¿Por qué cuando nuestros hijos llegan a ella muchos piensan que tienen un extraño en casa?, olvidándonos que esta etapa también representa años especialmente divertidos.
Surge un cuestionamiento interesante… ¿Tenemos claro cuál es nuestro papel de padres cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia? ¿Será que seguimos teniendo el mismo modelo de crianza que cuando tenía ocho años y ya no funciona? Lo que, si es cierto, es que un padre responsable no debe abandonar nunca su papel. Su función es educar a su hijo, contra viento y marea, como el capitán que nunca abandona el barco.
Las preocupaciones de los padres y madres de adolescentes suelen ser más serias que tener que batallar por habitaciones desordenadas, comprar nuevos estilos de ropa, zapatos tirados en la sala, o zapatillas sucias y malolientes. Las familias que tienen un preadolescente o un adolescente en casa se preocupan por el paso de primaria a secundaria, los cambios de humor, las influencias de los amigos, el riesgo del fracaso escolar, el posible consumo de drogas, la información sexual, entre otros temas propios de la edad. Los adolescentes de estas nuevas generaciones ya no se desarrollan en un ambiente rodeado de parientes y amigos, sino en el mundo cibernético, un espacio sin límites, sin normas y sin rostros.
Crecer como adolescente en el mundo de hoy, en medio del vertiginoso mundo cambiante, no es ni mejor ni peor que antes, pero sí muy distinto y por ende más complicado. Con la entrada en la adolescencia el niño que teníamos en casa irremediablemente deja de serlo. Durante un período de aproximadamente cuatro años se producen cambios importantísimos que transforman al niño en un joven totalmente preparado para la vida adulta.
Siendo la adolescencia un período caracterizado precisamente por grandes y rápidos cambios, es una etapa llena de experiencias aún más complejas y difíciles tanto para los hijos como para sus padres. Si bien es cierto que los jóvenes de hoy tienen más oportunidades, más derechos, más libertades, más información y más posibilidades para realizarse, también es cierto que viven más pesimistas, más descontrolados, más aislados y más solos.
Así, los adolescentes, aunque siguen teniendo las características típicas de esta etapa de su vida, donde predomina la inseguridad, la actitud defensiva, donde son influenciables, irritables, egoístas y soñadores, a la vez, son muy distintos a los adolescentes de generaciones anteriores. Y es que los adolescentes de hoy día, suelen ser más auténticos, creativos, persuasivos, capaces de razonamientos más profundos y más tolerantes de las diferencias. Pensar que los adolescentes están totalmente regidos por los cambios hormonales es una clara exageración. Es cierto que esta etapa supone cambios rápidos del estado emocional, en la necesidad imperiosa de privacidad, y una tendencia a ser temperamentales. Sin embargo y a diferencia de los niños que no suelen pensar en el futuro, los adolescentes sí que lo hacen y con más frecuencia de lo que los padres creen.
Los padres preocupados llegan a nuestra consulta y nos dicen… “No entiendo qué le pasa”. Y la respuesta es clara: “¡Es que es un adolescente!” y, es la rebeldía uno de los rasgos más desestabilizadores en la relación padre – adolescente… “Es un chico rebelde e incontrolable que siempre me lleva la contraria” señalan algunos padres. Pero como padres debemos comprender que las emociones exageradas y variables así como cierta inconsistencia en su comportamiento son habituales: suelen pasar de la tristeza a la alegría o de sentirse los más inteligentes a los más tontos con rapidez. A veces, piden ser cuidados como niños y a los cinco minutos exigen que se les deje solos “que ya no son niños”.
Pero es que, en esta etapa, la principal meta de un adolescente es lograr la independencia, formando su propio código ético y su propia escala de valores, inician el proceso de pensar en quienes son y quienes quieren llegar a ser, siendo este un asunto que les ocupa tiempo y hace que exploren distintas identidades cambiando de una forma de ser a otra con cierta frecuencia. Esta exploración es necesaria para un buen ajuste psicológico al llegar a la edad adulta.
Para que esto ocurra, los adolescentes empezarán a alejarse de las figuras paternas, sobre todo del progenitor con quien hasta ahora habían mantenido una relación más estrecha, empezando a cortar ese cordón umbilical que lo une a sus padres.
Y es éste tal vez un buen momento para que analicemos detenidamente cuánto espacio dejamos a nuestro hijo para que sea un individuo y que nos formulemos preguntas como: «¿Soy un padre controlador?» «¿Escucho realmente a mi hijo?» «¿Permito que sus opiniones y gustos difieran de los míos?» «¿Por qué me molesta tanto este comportamiento de mi hijo o esta situación?» «¿Estoy tratando de que él sea o haga lo que yo no pude en el pasado o no puedo ahora?». A veces, podemos estar ante la presencia de ciertos mecanismos de defensa en la relación padre- hijo. Y es que, existen mecanismos de defensa como la proyección, que es el proceso de atribuir a otros lo que nos pertenece, es solo un reflejo de uno mismo, es como un espejo; así como la negación, donde se oculta la realidad o simplemente no se acepta, buscando con ello la aceptación de los que nos rodean. Tal es el caso cuando los padres detectan que hay consumo de drogas, situación en donde algunos progenitores prefieren negar una realidad, “¡aquí no pasa nada!”.
Ser adolescente hoy día es tan difícil como ser sus padres, por lo tanto, debemos marcar una ruta y armarnos con un buen mapa que nos guíe en este proceso. Los padres que no se preocupan por mejorar la relación con sus hijos antes de llegar a la adolescencia, lo encontrarán más difícil después. Eso significa que hay que hacer un trabajo desde los primeros años, donde la clave es negociar y supervisar, más que prohibir y solamente acompañar.
Como padres de adolescentes tenemos una gran labor y para ello debemos educarnos para comprender su mundo, siendo empáticos y poniéndonos en su lugar, tratando de ver el mundo a través de ellos, sin hacer de cada diferencia una batalla de guerra.
Aprovechemos esos momentos mágicos donde quieren ser escuchados. En la relación padre – adolescente una clave fundamental es el diálogo. Ser padre de un adolescente sin propiciar el diálogo es como intentar construir una casa sin una buena cimentación.
Pero para muchos padres entablar este diálogo constituye un reto, ya que en ocasiones estas conversaciones acaban en monólogos. Los padres no deben malinterpretar la falta de respuesta como una señal de que sus hijos no les están escuchando. Para mejorar la comunicación con nuestros hijos, tratemos de crear un ambiente propicio y buscar el momento adecuado: no cuando los padres quieren, sino cuando ellos lo necesitan.
Otro elemento importante en esta relación es la confianza, si cada vez que nuestro hijo adolescente nos cuente una intimidad nos echamos las manos a la cabeza, armamos un escándalo o lo castigamos, probablemente sea la última vez que se sincere con nosotros. Recordemos que nuestros adolescentes se encuentran en un momento de torbellino emocional, y posiblemente pierda la calma muy fácilmente, así que como adultos debemos de mantener la serenidad, no se trata de entablar batallas, sino de razonar. En ocasiones, puede ser provechoso llegar a un punto medio, a pactos que involucren un compromiso de ambas partes. Si nos convertimos en padres gruñones o intensos que sólo sabemos quejarnos por todo lo que el adolescente hace o dice, incapaces de ver lo positivo de sus acciones y en una actitud de “disco rayado”, seguramente estaremos levantando sin querer un muro que bloquea toda comunicación.
Y un componente primordial en la comunicación, es «mirar a su hijo cuando le está hablando». Puesto que una queja constante de los adolescentes es que muchas veces mientras intentan hablar con sus padres, estos no levantan la vista del celular, están más pendiente a la televisión o las madres están muy ocupadas haciendo los quehaceres. Mantener el contacto visual es sólo una forma de comunicar silenciosamente, “estoy realmente interesado en lo que tienes que decir”. Recordemos que “el padre que escucha es el padre al que lo escuchan”.
Aceptemos a nuestro hijo tal y como es, respetemos su intimidad, dejémoslo ser el mismo, pero siempre estableciendo normas claras y realistas. Poco a poco podremos ir observando, que a medida que nuestro hijo crece y madura, irá manejando mejor esa montaña rusa emocional propia de esta etapa. Y, al final, se convertirá en un joven independiente, responsable y comunicativo.
Siempre que hable con su hijo dígale… ¡Estamos pasando por esto juntos y también lo superaremos juntos!
Por la Lic. Janitza García Psicólogo de la provincia de Herrera